Pobre Iñaki Urdangarín, la que le ha caído.

Cada mañana Ignacio Iñaki Urdangarin Liebaert (43 años) se despierta en Bethesda, Washington, de su pesadilla judicial española. Bethesda es en efecto un barrio idílico de calzadas amplias e impolutas y jardines sin vallar. Es temprano: tres querubinazos rubios Juan (12 años), Pablo (11 años) y Miguel (9 años) salen de casa remolones y se encaminan hacia la acera. Suelen esperar poco. Enseguida, llega el autobús amarillo que les dejará en el Lycée Rochambeau, el colegio donde estudian. Es un trayecto breve. Su hermana Irene, de sólo seis años, sale un poco más tarde. La infanta Cristina (46 años) se encarga de acompañarla en un monovolumen, uno de los tres vehículos de los que disponen los duques de Palma para deslizarse en su particular singladura americana. Uno de ellos reposa en el garaje de 36,7 metros cuadrados.

Después, si es lunes, doña Cristina se va al centro. Algo normal, pues la infanta aún continúa desempeñando sus labores en la Fundación La Caixa. Iñaki no acude a su lugar de trabajo cada jornada. A lo mejor hace lo propio desde casa porque a menudo, dicen, «recibe visitas. Sobre todo últimamente». Otros días sí que «va a la oficina de Telefónica, que está en el corazón financiero de Washington», explica a LOC un español que conoce bien las rutinas de los duques de Palma. «Por la tarde, los niños montan en bicicleta o patinan. A veces juegan al baloncesto con su padre en la canasta que tienen instalada en el jardín. La vida típica de una familia americana de clase alta... casi como en Mujeres desesperadas».

El duque vive un sueño americano que, de momento, le preserva de la cruda realidad: esto es, su posible imputación por cuatro delitos de malversación de caudales públicos, prevaricación, fraude y falsedad documental. Una realidad que amenaza a la realeza, a su condición pero sobre todo a la familia de su mujer: tan real que el pasado miércoles se especuló con la posibilidad de que don Juan Carlos expulsara de la oficialidad borbónica a la carne añil de su carne azul y, por supuesto, a su yerno, su carne política y que, según publicaba ayer EL MUNDO, tenía un plan para defraudar al fisco cinco millones. Hacienda, como familia real, no somos todos, debió de pensar.

Finalmente, no habrá exclusiones y sólo se tratará de una reducción paulatina de la presencia de las infantas en actos oficiales, tal y como indicaba un comunicado de Zarzuela emitido al día siguiente.

Una persona aledaña a la institución matiza: «Empezaron a reducirles los actos para potenciar la figura de los príncipes de Asturias, pero también porque imaginaban lo que se avecinaba con lo de los Palma». Y apostilla: «Por eso también les mandaron a Washington en 2009». Y los tiempos coinciden como marcados por un diapasón, porque la mudanza al refugio americano donde Urdangarin se mantiene a la espera comenzó a fraguarse en marzo de 2006, cuando el marido de la infanta Cristina cesa en su puesto al frente del Instituto Nóos, una fundación sin ánimo de lucro. Casualmente, un mes antes, los socialistas de Baleares habían exigido al Govern que aclarara el destino de los 1,2 millones abonados a Nóos por la organización de unas jornadas deportivas. Entonces, le nombraron consejero de Telefónica Internacional.

La cuenta atrás comenzaba. «Obviamente, en cuanto Zarzuela supo que cabía la posibilidad de que el nombre del marido de la infanta Cristina apareciera en el sumario de una investigación judicial, actuaron», dice una fuente cercana a la familia. Pero de momento, el comunicado certificando la reducción de actos de las infantas ha sido el único movimiento de Zarzuela motivado por el caso Urdangarin y cada vez es más evidente que no se producirá declaración oficial alguna y que será el propio duque quien anuncie que se «aparta voluntariamente» de la familia real en los próximos días. Aunque quizás la renuncia llegue ya demasiado tarde para el bien de la Corona, que con buen criterio se ha desvinculado del proceso y ya ha filtrado que respetará «escrupulosamente» el curso de la Justicia. Sin embargo, la tesis no parece reforzada por la última portada de ¡Hola!, donde se ve a los duques en compañía de doña Sofía, más madre que reina.

La soberana llevaba ya tres días en el refugio de Bethesda, adonde había llegado en tren el 30 de noviembre después de un almuerzo-coloquio sobre los nuevos avances en la investigación del Alzheimer que se celebró en la Hispanic Society de Nueva York.

Las fotos de ¡Hola! datan del sábado 3 de diciembre por la mañana, cuando el trío fue a almorzar a un céntrico restaurante de la capital estadounidense. Un apoyo explícito ya que, según ha trascendido, la publicación de las instantáneas contó con el beneplácito de doña Sofía. ¿De qué conversaron? Tampoco se sabe, aunque seguro que no del mismo tema del que hablaba don Iñaki en las fotografías exclusivas que ilustran estas páginas y que fueron tomadas en la noche del viernes al sábado, justo antes de la comida familiar. Una escena singular en la cotidianidad de los duques, ya que se observa a don Iñaki hablando con su teléfono en la oscuridad, recorriendo su jardín, «muy nervioso».

Un paparazzi que también trató de captar a los Urdanga ratifica la congoja con la que vive la familia los últimos días: «Alguien de seguridad se me acercó y me dijo que la infanta no quería fotos».

Dos días después, llegaban la princesa Alexia de Grecia y su marido Carlos Morales, acompañados de sus hijos, que también se alojaron en la casa de Bethesda. Hasta ayer, los Morales permanecían todavía en EEUU. Se les ha visto en Georgetown. Les acompañaba la infanta. Don Iñaki prefirió quedarse en casa.

La princesa griega es una de las personas más cercanas a la infanta Cristina. Casualmente, la afinidad no se circunscribe a las primas hermanas, ya que Morales, arquitecto, está también imputado por tráfico de influencias y delito contra la ordenación del territorio en el marco de la Operación Unión que investiga la trama de corrupción y soborno en los ayuntamiento de Yaiza y Arrecife (Lanzarote). Morales ya declaró en mayo de 2009 ante el juez y la Guardia Civil. De momento, el proceso judicial avanza muy lentamente. Pero en Bethesda hay espacio suficiente para reunir a los Urdangarin y a los Morales, pues la casa -de tres pisos- tiene una planta de 598 metros cuadrados.

Pero la primavera de 2009 no solo fue movidita para Morales. En abril de ese año se anunció que don Iñaki y su familia debían trasladarse a Washington para ocupar el puesto de delegado de Telefónica en Latinoamérica y EEUU, así como de presidente de la Comisión de Asuntos Públicos de Telefónica Latinoamérica. La estancia duraría un tiempo indeterminado: «3 o 5 años».

Los niños Urdanga finiquitan sus clases en el Liceo Francés de Barcelona y trasladan la matrícula al Lycée Rochambeau de Washington. El 9 de agosto llega a Bethesda un container con todos los efectos personales de la familia. Justo a tiempo: tres semanas después, comienzan el curso escolar. Aún les daría tiempo de disfrutar de un chapuzón en la piscina de la propiedad. El sueño americano comienza.

Según algunos cálculos, el duque percibiría alrededor de 600.000 euros anuales por su puesto de consejero de Telefónica, a lo que habría que añadir el colegio de los cuatro niños y el alquiler de la casa que, según Zillow, una base de datos inmobiliarios estadounidense, ronda los 5.700 euros mensuales. El refugio los vale. La casa es hermosísima, de estilo georgiano y tiene chimenea. La fachada es de ladrillo. En 1994, justo después de que su anterior propietario la vendiera a Castleman Trust, una empresa con varias propiedades, se realizó una renovación a fondo con los mejores materiales, incluida una estantería de caoba y el suelo de madera de pino. El conjunto se completa con un porche de piedra ideal para veladas interminables entre cónyuges enamorados.

El primer año en Washington transcurrió sin incidentes. Los niños se adecuaron sin problemas a la prosperidad de Bethesda. Un equipo de escoltas españoles vela por su seguridad, a lo que habría que añadir el dispositivo desplegado en torno al Sidwell Friends School, el colegio donde se educan las hijas del presidente de Estados Unidos, Barack Obama y que está a pocas manzanas. Cada tres meses, la escolta española es relevada, aunque según una persona que ha frecuentado el vecindario, «cuentan también con una empresa de seguridad local» por lo que, «cuando se van de vacaciones, la casa sigue bajo estricta vigilancia».

Así fue el verano de 2010. «Iñaki y Cristina están muy bien en Washington, pero desde el principio echan de menos su vida en España», comenta una persona que frecuenta el entorno ducal. Los Urdangarin partieron felices como es habitual hacia Palma, donde la familia real pasa el verano, pero poco antes, el 22 de julio de 2010, el juez instructor del caso Palma Arena, José Castro, abrió una nueva línea de investigación sobre los convenios firmados para la organización de las dos ediciones del Illes Baleares Forum. El proceso se aceleró. En septiembre, los duques volvieron a Washington. Es de prever que entonces ya sabían que la investigación desembocaría en Iñaki Urdangarin.

«El rey está muy afectado pero obviamente sabía a qué se enfrentaba su yerno», dice un juancarlista de pro a LOC, «aunque quizás nunca imaginó que la Corona se vería tan comprometida». El príncipe parece que sí vaticinaba las consecuencias de las actuaciones de su cuñado: «Se contaba que, evidentemente, a don Felipe le había sentado fatal que Iñaki se viera envuelto en un asunto así. Y se lo hizo saber».

Estas semanas, el monarca retoca y graba el tradicional discurso de Navidad con el que suele felicitar a los españoles. ¿Se referirá a su particular annus horribilis, fórmula latina utilizada por Isabel II en 1992 para describir el daño causado a la Corona inglesa por los divorcios de tres de sus hijos en un solo año? El discurso de Navidad de 2010 del monarca, como siempre, pasó revista a algunas de las principales preocupaciones de los españoles.

«Llegamos al final de un año difícil marcado por una crisis económica, en España y en otros países, más larga e intensa de lo esperado. En nuestro caso ha puesto de manifiesto desequilibrios y deficiencias estructurales que hemos de resolver juntos con eficacia y prontitud». Unas palabras que deberían aplicarse a la resolución del problema. «Es que pese a que sabía lo que iba a pasar, no imaginaba que al final la Corona se viera tan implicada», dice su amigo. «Está con un cabreo de...».

El verano de 2011 tampoco fue en exceso feliz. Iñaki expresó a algunos conocidos sus deseos de volver a España. «En Zarzuela se lo desaconsejaron. Le dijeron que lo de Nóos iba a estallar y que era imposible». Y de momento, parece que se queda en Bethesda, el refugio donde Iñaki sueña con que la investigación que le vincula sea sólo eso: una pesadilla. Pero al final, la realidad, la realeza manda. El retorno de la familia, de momento, no tiene fecha.

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