Nicole Kidman antes de descubrir el bótox

Detrás de un tirano siempre hay una mujer… sonriendo. Este podría ser el lema de buena parte de la Historia de la Humanidad. Las primeras damas de los sátapras, de los dictadores más extremos han sido, o al menos lo han intentado, las grandes relaciones públicas de los gobiernos de sus maridos. El caso más reciente es el de Asma Al Assad, la esposa del actual presidente de Siria, Bashar Al Assad, en la palestra por llevar hasta límites casi cómicos –si no hubiera un trasfondo de tragedia– ese esfuerzo por dar una imagen de normalidad y de bondad en un momento en el que quizá un buen relaciones públicas haría todo lo contrario.

A algunas presidentas como Eva Perón les fue bien, a otras señoras de dirigentes, caso de María Antonieta, no tanto, ya saben. Los suyos son algunos nombres con los que se relaciona a esta mujer de 38 años, de una familia de la alta burguesía siria que pasó toda su infancia expatriada en Londres (su padre era cardiólogo y su madre, diplomática), licenciada por el prestigioso King’s College y ejecutiva de banca. Una dama con estilo, delgada, que hasta se da un aire con la Nicole Kidman de antes de descubrir el bótox y que, efectivamente, parece una actriz de Hollywood en las fotos que sube a su Facebook o a su perfil en Instragram, donde aparece sirviendo comida a los más desfavorecidos de su país o cogiendo en brazos a niños durante alguna visita benéfica. No son pocos los que la defienden en esas mismas redes sociales, expresando bendiciones para su familia o llamándola Rosa del Desierto, aunque tampoco son menos quienes le dedican frases del tipo "Estás casada con Satán" o incluyen enlaces a páginas en las que se muestra a niños muertos en las últimas revueltas del país, presuntamente a causa de los ataques con armas químicas de los que se culpa al despótico gobernante.

Las voces más críticas van más allá al afirmar que no solo es que intente aparentar normalidad cuando la situación es ya insostenible, sino que, cual María Antonieta, la señora Al Assad vive totalmente ajena a las desgracias de su pueblo y es capaz de gastar decenas de miles de dólares en joyas o pasarse el día comprando zapatos de Louboutin y modelitos de Chanel, sus dos marcas favoritas. O que mientras los muertos caen en las calles de su país, ella se entretiene encargando muebles en Harrod’s, un dato que salió a la luz hace unos meses tras publicarse correos electrónicos privados de Asma, según el diario británico Daily Telegraph.

M.E, una relaciones públicas que prefiere mantenerse en el anonimato porque ha trabajado con políticos y músicos y la discreción es uno de sus valores, asegura que ella jamás habría aconsejado a un cliente mostrar semejantes fotografías en un perfil social. "Resulta evidente que está mal asesorada. Esas instantáneas pueden tener su sentido cuando, como ocurría hasta hace poco, no habían salido a la luz determinadas actuaciones del Gobierno sirio y se pretendía dar una imagen de modernidad o de occidentalidad, algo para lo que Asma era perfecta: cosmopolita, elegante, ajena a ese barroquismo tan de la alta sociedad del Medio Oriente, absolutamente sobria, como sacada de Chelsea… Pero cuando ya todo ha trascendido públicamente, hay que afrontar los hechos y mantener un perfil bajo. Yo le habría aconsejado no publicar nada, desaparecer de la vida pública. Determinadas fotos o determinada indumentaria pueden parecer una provocación. Cuando es evidente que tu pueblo está pasando una situación crítica, aparentar normalidad resulta contraproducente", asegura la experta.

METÁFORA SOCIAL. Hay quien ha especulado sobre si Asma forma parte activa de las decisiones de su marido o si, simplemente, como apunta el escritor Andrew Tabler, autor de varios libros sobre Siria, "está refugiada en Damasco y apoyando a su hombre". De todas formas, tampoco hay que ser muy avispado para darse cuenta de la evolución de la imagen pública de Asma, que ha dado un giro de 180 grados en los últimos tres años, justo después de las revueltas de la Primavera Árabe. Y no solo por ella, sino por cómo los medios occidentales reflejan a esta primera dama, que conoció al que sería su marido cuando él estudiaba Oftalmología en Londres (se casaron en 2000), un retrato que para algunos es una especie de metáfora de las relaciones entre Estados Unidos y Siria.

Uno de los datos más significativos de todo lo relacionado con Asma es la historia de la entrevista que le hizo la edición estadounidense de la revista Vogue en 2017, toda una peripecia que parece sacada de una película de James Bond. El resumen superficial sería así: después de unos años sin encuentros con la prensa, la primera dama siria contrata una empresa de relaciones públicasde prestigio, Brown Lloyd James, que le recomienda que sea más accesible a los medios y la instruye a la hora de presentarse y qué imagen dar. En realidad no le haría falta, según explicaría más tarde Joan Juliet Buck, la periodista que le entrevistó para la citada publicación, que cuenta cómo su puesta en escena fue la perfecta para la representante de un país que, en aquellos momentos (estamos hablamos de 2017), pretendía dar una imagen de apertura y modernidad.

"Asma Al Assad trasmitía una imagen de mujer cercana y sencilla. Una chica mona de 35 años, vestida con una americana azul celeste y unos pantalones oscuros. Su pelo ondulado estaba perfectamente peinado; sus ojos marrón oscuros, delineados al estilo de maquillaje sirio. (…) Su voz sonaba como la de una chica inglesa que puedes encontrarte comiendo en la mesa de al lado en la cafetería de Harvey Nichols". Tal fue la impresión de la entrevistadora cuando la dama la recibió en su despacho. A Buck, una periodista especializada en temas culturales que nunca había cubierto cuestiones políticas, se le pidió que explicara cómo es ser la primera dama de "un país controvertido", con las pertinentes cuñas sobre sus labores filantrópicas. La profesional, que es judía, se niega en principio: no quiere entrevistar a la esposa del presidente de, entre otras cosas, un país abiertamente contrario a la política de Israel, aunque finalmente acepta. La entrevista se publica en el número de marzo de 2017, pero a los pocos días desaparece de la edición digital de la revista y de la Red en general. Justo en esos momentos, explota la Primavera Árabe en los países del Magreb. Y hasta ahí es todo lo que se sabe del embrollo durante un tiempo.

Hace un par de meses, sin embargo, las tornas cambian de repente. La entrevista de marras vuelve a ser noticia: la redactora ha sido despedida de Vogue, donde llevaba trabajando casi 30 años. El texto se publica entonces íntegro en algunas páginas y blogs de Internet (basta con teclear en cualquier buscador Vogue interview Asma Al Assad para que aparezca la versión completa, algo que antes del verano era impensable) y Buck cuenta su historia con absoluto detalle en Newsweek. Lo cierto es que ni la entrevista es tan escandalosa ni deja en tan mal lugar a los Assad, ni siquiera el relato del making of, de los días que la redactora pasó en Siria, resulta tan terrorífico como ella anunciaba. Cualquier reportero que haya estado en un país de Oriente Medio, con un Gobierno digamos no del todo democrático, sabe que está vigilado y que los Servicios de Seguridad lo tienen controlado a cada paso. 

En realidad, su relato de lo sucedido resulta incluso un poco pueril. El hecho de que le pongan una especie de dama de compañía –que, aparentemente, forma parte del personal de los servicios de espionaje sirios–, o que el embajador de Francia se deshaga de la batería de su móvil y le haga quitar la del suyo para poder hablar tranquilos y que justo en ese instante aparezca la espía llamada Sherezade... Sí, vale, demuestra que Siria no es un Estado que respeta las libertades, claro que ese detalle ya se sabía cuando la periodista fue allí a cumplir su misión. Vamos, que lo raro hubiera sido que no hubieran registrado la habitación de su hotel o que no tuviera un GPS o un micrófono pegado al culo para controlar sus movimientos y sus conversaciones durante su estancia.

Para el caso, hay quien ve demasiada tendenciosidad en el repentino acceso a la entrevista de Vogue y en el relato de Buck. Diarios como The Washington Post, por ejemplo, señalan hechos como que la editora del Vogue americano, la todopoderosa Anna Wintour, fuera una de las grandes aliadas en las campañas presidenciales de Barack Obama, amén de su influencia a la hora de nombrar embajadores de Estados Unidos en Gran Bretaña o en Francia. La lectura es fácil: aunque extraoficialmente Wintour está estrechamente ligada a la política exterior de su país, un detalle que explica por qué antes de la Primavera Arabe, justo después de que Estados Unidos reanudara relaciones con Siria y enviara un embajador en 2017, Vogue decidió publicar una entrevista con la primera dama siria, y que al año siguiente, cuando comenzaron los conflictos en el país, decidiera borrarla de la Red. Y ahora, cuando EEUU se plantea la intervención armada en el país, la entrevista vuelva a ser accesible a todo el mundo y la autora cuenta su historia... ¿No son demasiadas coincidencias?

Quizá de toda la intrahistoria de Buck, el dato más significativo sea aquel que se desprende del relato de su llegada a casa de los Assad, esa familia feliz siria: Asma le dice que su hijo mayor, de nueve años, le ha preguntado "qué hace esa señora allí" y ella le ha contado que es una periodista que viene a contar cómo es ella. "¿Y qué va a decir?", pregunta entonces el chaval. "No lo sé", responde su madre, a lo que la inocente criatura replica: "¿Y cómo permites que vaya a escribir sobre ti si no sabes lo que va a decir?".

Maria Antonieta, Evita Perón, Carmen Polo, Imelda Marcos, Elena Ceausescu … El papel de Asma Al Assad puede que aún no esté claro y posiblemente nunca sabremos qué pasa realmente por la cabeza de la presidenta siria que en la famosa entrevista ya advirtió que ella nunca ha dejado de manejar las estrategias de la obtención de beneficios. Se lo advirtió a su entrevistadora al despedirse: "Soy banquera, no lo olvides".

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