Ver viejas formas con nuevos ojos

Más de 200 años después de su aparición, la obra de Edward Gibbon Decadencia y caída del Imperio Romano sigue ocupando el lugar de privilegio en que se instaló desde el primer momento. Como dice su más reciente traductor al castellano, José Sánchez de León, «Gibbon es el primer historiador europeo cuya obra se lee todavía tanto por placer como por instrucción».

Nunca demasiado ni demasiado bien editada en España, esta obra clásica aparece ahora en una editorial (Atalanta) que hace suyo el propósito de Gustav Meyrink: «Aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar las formas nuevas con ojos viejos».

Atalanta, la editorial fundada hace unos años por Jacobo Fitz-James Stuart (conocido en el mundo literario como Jacobo Siruela), pretende ofrecer libros por los que no pasa el tiempo «porque ellos son la verdadera memoria del tiempo, modelos dignos de ser recordados»; y en ese planteamiento encaja plenamente Decadencia y caída del Imperio Romano, cuyo primer volumen acaba de aparecer (el segundo lo hará en octubre de este año).

«Como tantas otras cosas, mi conocimiento de Edward Gibbon se debe a Jorge Luis Borges», cuenta Jacobo Siruela, que la considera «una de las obras más ambiciosas y extraordinarias de la cultura europea». «Sin duda», añade, «había que publicar una traducción nueva para el lector de nuestro tiempo». La mayoría de las ediciones españolas han venido repitiendo la traducción de José Mor Fuentes, que, «a pesar de ser buena, no deja de ser una traducción de mediados del siglo XIX» y da «un Gibbon demasiado castizo y a nuestros oídos, retórico, lo cual no es lo idóneo para uno de los más grandes estilistas británicos de todos los tiempos», precisa Jacobo Siruela. 

«Edward Gibbon», sigue diciendo el editor, «es el primer historiador moderno de Inglaterra del que cabría destacar su magistral cultivo de la ironía, sobre todo cuando se refiere a ciertos acontecimientos del imperio en la era cristiana». Es precisamente la ironía y el sentido crítico con que trata al cristianismo (Gibbon fue un espíritu genuinamente ilustrado, que trató a D'Alembert, Diderot y otros coetáneos), lo que hizo que su obra estuviera mal vista (prohibida, incluso) por la ortodoxia católica.

Más allá de esas polémicas (Menéndez Pelayo, aunque consideraba a Gibbon «ejemplo raro de erudición en un siglo frívolo», lamentaba que «sólo tuviera para el cristianismo palabras de desdén, sequedad y mofa»), Decadencia y caída del Imperio Romano sigue teniendo interés puramente historiográfico, al menos en sus primeras tres cuartas partes (el último tramo es más discutible), además de que «su narración nunca deja de ser brillante y el orden que dio a sus muchas fuentes es admirable», como señala Siruela.

Y, en fin, una obra que analiza minuciosamente el largo proceso de decadencia del gran imperio de la Antigüedad, tiene un indudable interés añadido de actualidad. ¿Cómo no relacionar ese trabajo con la decadencia del imperio americano de la que hay claras señales en el horizonte? Establecer ese paralelismo no es una cuestión de oportunismo periodístico. Nada menos que Harold Bloom lo ha hecho. Al gran pope de la crítica norteamericana, el libro de Gibbon le parece «un texto profético que encierra un diagnóstico perfectamente aplicable a lo que está ocurriendo» en Estados Unidos.

Harold Bloom cree que los emperadores (sic) más recientes de su país «están cometiendo los mismos errores que cometieron los últimos emperadores romanos», y destaca a los dos Bush, con sus «guerras irresponsables abocadas a la derrota y la catástrofe».

Y no es sólo Bloom. En los últimos años, no son raros los historiadores o novelistas que se han ocupado del final de Roma que han hecho la misma proyección. Así, el inglés Tom Holland, autor de Rubicón. Auge y caída de la República romana (Planeta), además de recordar la frase de Maquiavelo -«todo cuanto sucede en el mundo en cualquier época guarda genuina semejanza con lo sucedido en tiempos antiguos»- señala paralelismos como la propia superpotencia, la globalización o la pax romana (hoy, americana) mantenida por esa superpotencia, y afirma que las dinastías que se suceden en el poder; los Kennedy, los Bush, los Clinton, no son sino los herederos de los Crasos, los Claudios y los Julios de Roma.

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