El PCE el traidor de la clase obrera

En junio de 1977 toda utopía tuvo asiento registral y la revolución marxistaleninista, confianza en las urnas. Cómo sería que, años después, rojos irreductibles seguían criticando al PCE por traidor a la clase obrera y campesina y por haber frustrado el ascenso al poder del proletariado republicano; que, al parecer, estaba en puertas y se daban las condiciones objetivas. 

Profesaban con tal convicción y sinceridad que la derecha estaba aterrada y descalificaba la democracia porque creía que tal atomización quería decir que todos los españoles eran de izquierdas. Lo llamaba peyorativamente la «sopa de siglas». Y en efecto, cualquier practicante disponía del adecuado partido político donde observar su fe por leve que fuera la diferencia ideológica con el partido contiguo. Incluso los anarquistas tenían donde elegir: el acabóse. 

Los españoles, por lo visto, no estaban para caldo con tantos tropezones ni por el recocido puchero de los ancianitos franquistas, ni siquiera por la sopa de caridad de los cristianos de siempre democratizados para el evento. El elector prefirió el menú largo y estrecho de Suárez, pero cocinado medio crudo y trufado de huesos traidores emboscados en el potingue, y al final se condenó al plato único socialista: lentejas. 

En todo caso, aquella luminosa galaxia se enfrió el 16-J. Hoy apenas llega un resplandor del Big crash. El aceite de los más o menos dos centenares de lámparas votivas se ha ido consumiendo en diversas batallas: la OTAN, las bases norteamericanas, las reconversiones, el racismo, el Sahara, la guerra del Golfo, Cuba... En fin, lo que reveló que eran inútiles tantas siglas fue la quiebra del abastecedor, el socialismo real. Juntaron los restos de combustible y alumbraron un débil movimiento ciudadano, dispuesto a ser conciencia a todas horas.

No obstante, Maastricht, el Nuevo Orden, las guerras que nos esperan, continúan alimentando la utopía; incluso si se agota en tantos frentes como hay abiertos, sus cenizas tendrán sentido. Lo dijo Quevedo y es mucho más de lo que pueden decir estrellas fundidas antes de lucir: el PDR de Roca: de su oscuridad inicial no queda ni la sombra.

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