Roland King es pura contradicción
Ronald es el padre adoptivo de John William King, el hombre -blanco- relacionado con el Ku Klux Klan que, junto a dos amigos, encadenó a James Byrd Jr. a la parte trasera de una camioneta y lo arrastró boca abajo hasta que murió, descuartizado. John William se pudre en el corredor de la muerte de Huntsville. Le acompañan sus tatuajes racistas.
Ronald King cobija en su cartera una foto plastificada de tres niños, tres hermanos afroamericanos hijos de Boby Wright, un aprendiz suyo que, hace nueve años, pensó que Ronald sería un padrino perfecto para ellos.
Si las paradojas se pudieran bautizar tendrían el nombre y el apellido de Ronald King. «Estoy a favor de la pena de muerte y siempre lo he estado. Hay gente que se debe eliminar. He oído que se ha ejecutado a inocentes, pero la mayoría se lo merecía», dice este hombre viudo de 67 años que vive pegado a una botella de oxígeno debido a un enfisema pulmonar. Una herencia de cuando se ganaba la vida talando árboles.
Lunes, 7 de junio. Ronald King decide romper su silencio y lo hace para CRONICA. Hace justamente un año, su hijo acababa de matar a un hombre. Accede a recibirnos, pero pone dos condiciones: no tomarle fotos con la botella de oxígeno y encontrarnos en casa de su amiga Helen Zagar, en lugar del remolque donde sobrevive.
¿En qué casos aplicaría la pena de muerte? Ronald contesta rápidamente. «Por ejemplo, el caso de ese tipo de Nueva York que estaba matando a mucha gente y después se comía a sus víctimas».
¿Qué se puede hacer con una persona así? Ante la pregunta, opta por callarse. Sus enormes ojos azules vagan por la habitación. Sujeta su cabeza con las manos y exclama: «¡Yo no sé, no sé!». Silencio. Es probable que Ronald se viera asaltado por la imagen de su hijo, el preferido, y que ahora ve detrás de unas rejas y un cristal en el corredor de la muerte. A mí me viene a la cabeza el cuerpo destrozado de James Byrd Jr.; los círculos naranjas pintados por la policía y que señalaban los lugares donde se habían encontrado las distintas partes del cuerpo...
En un segundo, he vuelto a la sangre, a la carne, al horror. Es difícil creer en algo y ser traicionado por la realidad, por el corazón, por el amor de un padre a un hijo. Bill era un niño precioso. Sacaba buenas notas en la escuela. «El vino a nuestro hogar cuando tenía nueve meses. Jane, mi esposa, y yo habíamos tenido tres hijos, y ya eran adolescentes. La madre de Bill fue abandonada por su marido y decidió dárnoslo en adopción para ofrecerle un futuro mejor», explica Ronald con la misma emoción que hubiera sentido un padre en el parto de su hijo, minutos después del alumbramiento.
Pero hoy, su hijo adoptivo odia a los judíos, a los negros y a los blancos que traicionan a su propia raza, según escribió en una docena de cartas. Su sueño era ser el líder de un grupo racista violento.
«Su carrera comenzó cuando era muy joven. Ahora empiezo a comprender lo que pasó. La causa del cambio», dice Ronald. «Tras la muerte repentina de su madre adoptiva empezaron los problemas. El tenía 16 años y ya había sido detenido varias veces. El cambio total vino después de estar en la cárcel estatal de Beto I desde 1995 a 1997 por incumplir el sistema de libertad condicional».
«Cuando salió», continúa el padre de Bill, «volvió envuelto en tatuajes satánicos y racistas. Yo creo que fue violado por varios hombres. Esta práctica es normal en las cárceles. Para sobrevivir en ese sistema se unen en grupos. Esta es la única explicación que encuentro a la sinrazón de su crimen».
Los autores del asesinato, el propio John William King -de Jasper, 24 años y el único juzgado por ahora-, Lawrence Brewer -de Sulphur Springs (norte de Texas), 32 años, será juzgado el próximo 31 de agosto-, y Shawn Allen Berry -de Jasper, 24 años- tenían antecedentes penales. Estaban vinculados a Aryan Nation (Nación de los Arios), una organización integrada por internos de las cárceles y ex presidiarios que creen en la supremacía de los blancos. Este grupo mantiene relaciones estrechas con el Ku Klux Klan (KKK) para realizar actos de violencia racista.
«Debería dejar de hacer esta pregunta sobre el Ku Klux Klan». Ronald respira profundamente y grita: «¡Lo odio!, y lo he odiado toda mi vida. Son gente sin ninguna educación, hablan con mucha pasión de cosas estúpidas. No puedo creer cómo se les puede seguir, que impresionen como líderes».
¿Su hijo era uno de ellos? «El fiscal nunca probó que mi hijo formara parte de ninguna organización», escupe. «El amor es ciego. Punto y seguido. Existe un sentimiento que une a dos familias en Jasper: la agonía. Un dolor persistente plagado de interrogantes y con una esperanza: la reconciliación de un pueblo dividido por el color de la piel. La familia Byrd tiene una actitud muy bella, que se debe admirar. No es fácil responder con amor a una situación así», subraya Ronald King.
Dejamos a Ronald King tan sólo unos minutos después de que se celebrara una ceremonia en recuerdo de la muerte de James. «Se va a construir un parque que llevará su nombre. Han asistido unas 40 personas, todas ellas afroamericanas, menos cuatro pertenecientes a la Liga Antidifamación, un grupo que lucha en contra de cualquier tipo de racismo. Queríamos recordar a James en la intimidad. Sin ningún acto extraordinario que sirviera de excusa para congregar a miembros del Ku Klux Klan», dice Clara Taylor, una de los siete hermanos del fallecido. En el hogar de los padres de James, una casa humilde de madera pintada de marrón y decorada con un exquisito gusto sureño, los más pequeños de la familia corretean por el salón, mientras que los mayores gastan bromas.
«Su muerte nos ha dejado una huella profunda y permanente, que ha afectado a las emociones de la familia. La fe nos ha ayudado a no caer en la venganza ni en la ira. Debemos seguir adelante y hacerlo por nuestro pueblo», dice Stella, la madre de James, mientras sus ojos se van cargando de lágrimas. «Discúlpenme, pero hoy no puedo hablar. Fue justo hace un año...».
Quienes peor lo han pasado en este tiempo han sido Clara Taylor y Melinda Washington, hermanas de James, que han colaborado en la preparación del juicio. «Recibes muchas imágenes en tu cabeza cuando ves la cadena, su ropa, y te muestran un vídeo reconstruyendo los hechos. Luego ves al asesino, que sigue sin manifestar ningún tipo de arrepentimiento. La rabia te invade y el dolor se hace más tolerable cuando, al final, sabes que él acabara ejecutado», dice Melinda.
Después de todo, la muerte de James parece que ha servido para algo. Algunos vecinos de Jasper están trabajando juntos para acabar con el racismo. El Ayuntamiento ha creado un comité que estudia crear una fundación para educar sobre la tolerancia racial, valorar la diversidad de las razas y otorgar becas a las personas con menos recursos.
Ese comité se enfrenta también a un duro desafío en Texas: aprobar una ley contra los llamados crímenes de odio. Una modalidad que va en aumento. En 1997 se registraron en EEUU 302 asesinatos racistas, en 1998 la cifra subió hasta 617. El pasado mes de mayo una proposición presentada en el Parlamento texano y respaldada por la familia Byrd no llegó a convertirse en ley. El borrador definía los crímenes de odio como aquéllos relacionados con la raza, el género, la preferencia sexual, la religión o la discapacidad. Los republicanos se opusieron a aprobarlo. Unos alegaron que en Texas no había racismo. Otros se negaron a incluir los ataques contra los homosexuales en esa ley.
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