Licenciosas y libertinas

Divino Aretino; no lo hubo más golfo, más irreverente ni blasfemo; ni más fornicador y sacrílego. Pese a todo, o por ello, fraternizó con papas y aspiró al capelo cardenalicio. De sus Raggionamenti, que hicieron furor en el siglo XVI, bebió más tarde Philosophie des dames, presuntamente de Michel Millot, presunción que lo llevó a la hoguera. Y de ambos ha bebido esta Escuela de la desobediencia cuya dramaturgia ha acometido Paco Bezerra, joven y premiado autor español. Se trata de un manual de «buenas costumbres» sobre el fornicio y la libertad de la mujer. 

La eficacia para despertar la lujuria y los juegos de amor sin límite del texto está asegurada, mas no parece que la puesta en escena de Luis Luque ratifique esas perspectivas. Y ello pese a contar con una deliciosa e inocente María Adánez y una libertina no menos deliciosa como Cristina Marcos. Ignoro por qué medios; pero tan tórrido texto precisa un montaje más caliente y menos académico, en especial si se pretende, -como parece ser- que de la función las parejas salgan disparadas a «follar como leones», lo cual, en estos tiempos de tribulación, sería consuelo y salvación. 

El propio título, La escuela de la desobediencia, es ya anuncio de ese enfriamiento citado y se convierte en un texto asumible por un feminismo militante como un ejercicio de liberación social: didáctico y discursivo a menudo; una inmoralidad teórica. Curiosamente es la fase más insistentemente descriptiva y narrativa de la primera experiencia de Fanchon (María Adánez), su gozoso desfloramiento por delante y por detrás, la más estimulante de la función.

El resto, simple diálogo entre una experta libertina, Susanne (Cristina Marcos), y una chica inocente destinada, como todas las mujeres de su época, a monja, puta o casada; Susanne le descubrirá una cuarta vía, practicada a diario por monjas y frailes y por casadas audaces. Al parecer, las prostitutas carecían de alternativa. Dada la brillante aplicación de su alumna Fanchon, Susanne descubrirá nuevas y más perversas posibilidades. 

Pietro Aretino ha interesado siempre en España, sobre todo por sus Sonetos lujuriosos, traducidos por un gran cronista taurino llamado López Barbadillo. El marqués de Bradomín se los recitaba a la Niña Chole cada vez que hacían el amor. Hasta siete sonetos cuenta el feo, católico y sentimental marqués, que le recitó una noche. A Susanne, la maestra sin prejuicios, quizá le hubieran parecido pocos; mas para una noche no está nada mal. Confieso humildemente que es una exageración.

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