Los pechos silicionados
Eran un cuadro pop tus labios ovulados. Tu pelo moderno y vulgar, de una calidad tan rubia como la de aquella peseta. Casi siempre, platino; a veces, con raíces proletarias. Tus pestañas, postizas naturales. Tu lunar, una serigrafía. Tu resultona palidez de Procol Harum.
Tus coloretes espirituales salían por defecto en el revelado del negativo como vampiros exhibicionistas. Tu redondez dramaturga -no dramática- y manoseada; tus curvas de carretera nacional. Tu mirada perdida atentamente en el infinito que colgaba a dos palmos de tu nariz. Incluso tu alto cociente intelectual seguido de los varios ceros que fueron tus últimas interpretaciones hasta lograr la toma buena: ¡treinta veces una frase! Tu barbilla en barbecho. La sombra de tus fosas nasales descansando. Tu carmín acostumbrado a correrse ante el empuje de otros labios procaces.
Y luego tan carnal, esas tetas a las que Juan José Millás no podría objetar caída y morbidez, lejos de los pechos siliconados. Si hasta posabas mientras dormías. Aquello era estratosférico, no podía acabar bien. De haber nacido en el dieciocho habrías muerto de sífilis; naciste en el veinte, la depresión y la fama te causaron estragos.
Te imagino con un biombo en el bolsillo del tejano por si acaso. Ocultándote mientras concedes entrevistas, mientras interpretas, mientras preparas unos sándwiches para el almuerzo. Mientras conquistabas espíritus y braguetas. Casi siempre, con el piloto automático, escondiendo los primeros planos de tu alma, como lo demás, también, turgente. Imprimes lástima, querida envidiada. Miro tu perfil frontal y, como el de la Mona, no sé si me sonríe o permanece quedo. No sé si besas o te apartas; si despiertas o sesteas; si -te- matas o -me- espantas. Y, como aquélla también, descansas sobre museo.
El champán relaja. Posaste desnuda y lo único que te preocupaba era estar cerca de tu peluquero, salir bien peinadita o despeinadita, según el cuidadoso desaliño que se permiten las estrellas. Antes ya le habías dado a Andy Warhol la obra hecha. Sólo tuvo que apretar el gatillo. Tienes una pequeña parte de tu álbum privado colgado en la Sala Revilla de Valladolid hasta el próximo catorce de noviembre.
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