¿El narcisismo es un problema?

Estaba don Narciso junto al agua, contemplándose el perfil y refrescándose un poquito la pianola, cuando le recordaron el desafuero de uno de sus generales el 14-D, y la reacción indignada de la ciudadanía por la orden energúmena le sobresaltó. Qué lata. Además de descomponérsele la figura, a punto estuvo don Narciso de saltarse un ojo con la semicorchea que andaba utilizando de rizapestañas. Según la loca imaginación de mi amiga la Susi, acababa don Narciso de salir de un plan ponds de belleza en siete días, y consultaba con el espejo acuífero si hay en toda la tribu alguien mejor colocado y más arreglado que él para suceder al patriarca don Felipe.


En tal arrobo estaba, cuando recibió por partida doble la visita de la contrariedad y se puso sucesivamente diatónico, cromático y enarmónico. Descompuesto, vamos. Con razón. Porque, por un lado, el intento de potemkinada cordobesa a cargo del valeroso casinello le hace a don Narciso aparecer como pusilánime, y por otro, el presidente González se descuelga ahora con que está a disgusto a prolongar su patriarcado hasta el Juicio Final, como muy pronto. Póngase usted guapo y, sobre todo, húmedo para eso. No estamos todavía en un país civilizado, dice la Susi. Según ella, en cualquier democracia moderna y bien plantada un ministro de Defensa se puede dedicar tranquilamente a su biutibox y sus moarés si quiere ayiornarse el luc, puede ejecutar melodías evanescentes con el pianoforte, ensayar posturitas junto al agua para embobarse con su fina estampa y alimentar expectativas sucesorias, sin que el personal interrumpa cada dos por tres por culpa de las ocurrencias cafres de cualquier mando castrense, y sin que el gran brujo le desconcierte con los sirocos de irse en seguida o de quedarse hasta el fin de los tiempos, según le pille.

En cualquier país presentable, un ministro de Defensa puede dedicarse relajadamente a especular con el futuro, la armonía y el marcharipén, sin llevarse cada minuto un sopetón. Aquí no. Aquí lo militar sigue siendo una amenaza, un mosqueo, un despropósito que asoma a diario a los periódicos. Insumisos apaleados, «merluzos» muertos, cetmes emboscados (aunque sea en el caletre de mandos «que saben lo que hay que hacer») contra civiles, runrún de descontento cada vez que se anula un privilegio o se rompe una rutina. Así no hay manera de que don Narciso se concentre en su porvenir, su música y sus pestañas, dice la Susi, sin peligro de quedarse tuerto. Tiene aún este país una milicia tuerta, es todavía nuestro ejército «un general con un ojo» (gracias, maestro Umbral), y lo peor es que puede dejar tuerto a todo quisque. Empezando por don Narciso. Porque, a la hora quizás lejana pero inevitable de la sucesión un presidente mariéboli, la verdad, quedaría raro.

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