Hoy, ayer, mañana y siempre.

Un lujo, motivo de agradecimiento y orgullo, ser tratado aún como un miembro de este equipo, compartir con ellos, con los protagonistas de la conquista de la quinta Copa Davis, los rituales del prólogo, los cánticos colectivos en el vestuario, las proclamas de entusiasmo antes de saltar a la pista. Un gusto estar de nuevo a su lado, tan cerca, aunque en realidad nunca hemos dejado de sentirnos próximos, compañeros, amigos. Un placer vivir así la final, de principio a fin, sentirla en el vestuario y en el palco de autoridades, llevarla, como la llevaré siempre, en el corazón. Una satisfacción que se sigan acordando de nosotros, que pusimos lo que pudimos cuando nos tocó estar ahí, administrando talentos tan inmensos.

Y contemplar tan cerca, gracias a la sensibilidad y la elegancia de la Federación Española de Tenis, tan lustrosamente acompañado, un nuevo ejercicio de profesionalidad y heroísmo. Sabemos que contamos con un fenómeno, pero no deja de sorprendernos en cada ocasión. Porque ayer, ante un rival que le puso contra las cuerdas como pocas veces habíamos observado, volvió a buscar dentro de sí, con la humildad y la inteligencia que siempre le ha caracterizado, hasta dar con la solución que le permitiese ganar el partido y poner la Copa en manos del tenis español.

Las circunstancias llevaron a Del Potro a presentar la versión más directa de un tenis directo de por sí, a desarrollar un esquema donde pudiese dominar el juego. Y lo hizo, con un mérito enorme. Eso engrandece aún más el triunfo de Nadal, que no había podido sacar al argentino de situación como lo hizo el viernes David Ferrer. Sólo al final del segundo set encontró síntomas de debilidad en Delpo, que renació cuando ya no se esperaba mucho de él. Pero nuestro número uno realizó un tie break impresionante, sin dejar abierta la puerta a un quinto set. Debemos sentirnos muy felices de contar con un jugador así en el equipo español, sin olvidar los méritos contraídos por todos sus integrantes, desde su capitán, Albert Costa, hasta Marcel Granollers, Marc López y todos cuantos han contribuido a hacer historia.

Llega ahora un tiempo nuevo, en un año muy especial. Los Juegos de Londres comprimen aún más el calendario y es lógico que los tenistas deban administrarlo de la mejor manera posible. Habrá muy pocas treguas y el tentador desafío de obtener una medalla olímpica. Son situaciones muy distintas en cada caso, y a buen seguro que todos ellos acudirán a la llamada del capitán en caso de extrema necesidad. A éste le toca ahora organizar un colectivo renovado, con la presencia de hombres como Almagro, Granollers, Ferrero y algunos más que han demostrado sobradamente su capacidad. Habrá de utilizar a jugadores menos habituales, pero tan aptos y comprometidos como el resto. Sólo queda reiterar el brillante trabajo de los flamantes campeones, a quienes, seguramente, aún veremos calzándose la Roja, si no el próximo año, una vez pasado el paréntesis olímpico. Ya pertenecen a la historia del tenis, pero nos guardan aún promesas insospechadas para el futuro.

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