Cuando la belleza duele

Plaza de toros de Valencia. Viernes, 16 de marzo de 2012. Séptima de feria. Lleno de «no hay billetes». Cinco toros de Domingo Hernández/Garcigrande, de trapío justo y escaso, dulce el 1º, bravo y con ritmo el 2º; manso y complicado a izquierdas el 3º; desbravado y no fácil el 4º; rajado y manejable el 5º; y uno (6º) de Parladé, devuelto tras partirse pitón de salida contra un burladero; un sobrero anovillado del mismo hierro del remiendo, de noble e informal embestida.

Juan José Padilla, de malva y oro. Estocada y dos descabellos. Aviso (oreja). En el cuarto, media estocada (saludos desde el tercio).
José María Manzanares, de azul cobalto y oro. Estocada en la suerte de recibir (dos orejas). En el quinto, dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio).
Alejandro Talavante, de malva y oro. Estocada (oreja). En el sexto, estocada rinconerilla (oreja). Salió a hombros con Manzanares.
La belleza es verdad sólo si duele. (Carlos Marzal).

El guiño al Tendido Joven de Valencia (TJV) desde el ojo de José María Manzanares, la plaza rebosante hasta las tejas, la alegría de vivir de una feria que pasa el ecuador caliente para salir de la zona muerta. A los tendidos aludo. La presidenta del TJV se anudó al cuello del matador con su boca de Sara Carbonero. El pañuelo blanco quedó sobre la chaquetilla resplandeciente bajo las miles de miradas ardientes que habían colgado el cartel de «no hay billetes». Una soberbia noticia que no se produjo ni en el XX aniversario de Enrique Ponce en 2010 y todos aquellos fastos del mano a mano con Juli o la corrida festival homenaje a su figura. Sólo en serio había estallado el coliseo valenciano con José Tomás en la resurreción de julio, el espíritu del 23-J, el colapso de una ciudad entera que entendió el premio Paquiro de El Cultural como el acontecimiento del año pasado.

Manzanares se convirtió en 2011 en el triunfador de la temporada. Y ayer lo refrendó por todos los registros. Cuando cobró la estocada en la suerte de recibir sobre la misma boca de riego, cuando se regaban los ruedos. Bamboleó la muleta como un abanico y de tal suerte la muerte se presentó con una estocada benlliuriana. La corona de una faena para contar más despacio.

Amador, de Domingo Hernández, que en la primera corrida del año en plaza de primera no ha conseguido pasarla entera (un petardo por donde se mire), embistió con un ritmo bravo y trepidante en la muleta. Especialmente sobre la mano derecha. Únicamente en la tanda incial se vino rebotado. Desde entonces Manzanares, coloso de azul cobalto y oro, no soltó jamás la embestida. En series cortas, concentradas e intensas de tres y el de pecho, que no es de cualquier manera en José María, Heredero de Leyenda, como titula Lucas Pérez su biografía de próxima publicación.

Para el Tendido Joven la faena y una explicación: ligar es enganchar, conducir y soltar. Tres verbos espantosos. La ligazón de José María Manzanares no suelta, no vacía el muletazo, es una rueca, una continuidad majetuosa, una rueda, una noria que sitúa el eje del cuerpo en la tabla del cuello del toro, y a mí, troncos, por edad, no me mola tanto. Ya no soy tan joven, debe de ser. Con todo la serie de regreso de la izquierda, se remató con un molinete de improvisación antes de echarse todo el lomo por delante. El presidente, al espadazo ya contado, la suerte y la muerte, sacó los dos pañuelos a un tiempo. De justicia.

Por la puerta grande le siguió Alejandro Talavante con una disposición tremenda por encima de todas las cosas. Al manso, escarbador y una prendita por el izquierdo, no le dio ni importancia: al parón de una arrucina le sacó un pase de las flores cambiado sobre la marcha. Y mató tras manoletinas de amplia muleta. La mala fortuna quiso que el sexto, remiendo de Parladé, se partiese un pitón por la cepa contra un burladero. El sobrero anovillado del mismo hierro se tradujo en la horma del zapato de Talavante por su informalidad. Creó el torero desde el saludo por delantales hasta los estatuarios de puente trágico. Alejandro entre espaldinas, reversos y cambios de mano, juega al toro. El poso llegará.

Juan José Padilla toreó su segunda corrida en la temporada de su resurrección. Ver, aunque sea por un ojo, la divinidad del toro que estrenó la tarde, después de haberse pasado a fuego el Parque Jurásico completo, tuvo que producirle un inmeso gozo. Y banderilleó con el mismo poder de cuando pesaba más. Y se encajó de riñones, muleta en mano diestra, para también puntuar.

El resto es cola de crónica. Para el Ciclón ciclópeo de Jerez no hubo otra oportunidad con el manso y desabrido cuarto. Tanto que renunció a banderillear. A pesar de la petición y los pitos de la plebe, cruel cuando se convierte en masa. A Manzanares tampoco le sirvió el rajado quinto, que andaba como loco por fugarse a tablas. En los mismos medios lo quiso despedir, como si nada. Por mucha seguridad, hay terrenos ciertamente improbables. La juventud desde mi distancia. Por ejemplo.

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