A pocos sitios se llega por carretera

A distancia, parece frágil esta mujer de 61 años que pasea, alta y delgada, por el lobby de un hotel madrileño. Sin embargo, de cerca se nota su energía. Esta exploradora ha recorrido el mundo sola y a caballo, y los soles y el frío del camino se le han quedado en el rostro. Tiene unas manos fibrosas que mueve con dulzura y firmeza, como si todavía llevara en ellas las riendas, y no da la sensación de que haya algo capaz de pararle los pies. 

Dodwell visita Madrid para recibir el premio de la Sociedad Geográfica Española. Nació en Nigeria y sus libros y documentales en la BBC le han dado fama. Durante 40 años ha cruzado el Sahara, ha vivido con nativos de Papúa Nueva Guinea, ha hecho la Ruta de la Seda a caballo o ha estado en el extremo de Siberia. 

Todo lo hace sola y, como explica, le ha sido más fácil por ser mujer y por ir sola. «Ser mujer cambia la manera en la que viajas. En Papúa Nueva Guinea podía mezclarme con cualquier familia o persona. Un hombre no hubiera sido bienvenido». De hecho, fueron las mujeres y los niños de aquellas tribus los que la acogieron cuando se plantó entre ellos durante dos años, explica. 

Ser mujer, explica Dodwell, suele invocar un trato más amable. «Te acogen y te enseñan las costumbres. Por ejemplo, en Siberia, aprendí que al entrar en la tienda debes dejar fuera un hilo de tu ropa para indicar que apartas toda influencia diabólica. Además, también me enseñaron a cabalgar por las laderas sin causar avalanchas de nieve», afirma. 
No han faltado peligros en sus andanzas, que ella explica quitándole importancia: «A veces hay que jugársela. Yendo por la costa de Sudáfrica, tuve que vadear ríos a caballo. La cuestión es que con la marea baja el agua te puede chupar y sacar hacia el mar; y con la marea alta los tiburones entran hacia el río. Uno no sabe lo que se va a encontrar».

Otros peligros, los humanos, los ha sorteado con sentido común y prevención. Ha sufrido robos y algún intento de acercamiento sexual de los que ha salido bien gracias a sus tablas y a su determinación para escapar. En países musulmanes ha ido vestida de hombre para eludir problemas. En otros, lo que ha hecho es no llamar la atención. «Creo que te puedes ganar el respeto. Si te comportas adecuadamente y te cubres los hombros y te recoges el pelo al estilo de una profesora, te tratarán como una profesora. Ir con camisetitas, pantalón corto y dando grititos sí trae problemas», afirma. 

Dodwell descubrió el viaje a caballo a los 24 años, en su primera salida fuera de casa. Su abuela vivió en China y ya escribió relatos sobre sus viajes en los años 20. Trasladados a África, sus padres le animaron a conocer mundo. «Vete de viaje y mándame una carta de vez en cuando», le dijo su madre, «si pasan tres meses sin saber de ti entonces me preocuparé», añadió. Con esta bendición, la joven Christina se animó a su primera salida: cruzaba en Land Rover el norte de Nigeria con una amiga cuando sus dos acompañantes varones las dejaron tiradas llevándose el coche. No se les ocurrió más que buscar un transporte alternativo, así que recorrieron el territorio a caballo durante un año. 

Desde entonces no se ha apeado de la montura. Cabalgando, dice, se llega a todos los sitios, mucho más que por carretera, y se va en silencio. De sus estancias en España, recuerda una travesía en los Pirineos, donde durmió en Aigües Tortes rodeada de ganado en el monte. Sobre si eso entraña riesgos, afirma: «Me dan más miedo las calles de las ciudades de noche que dormir al raso». 

Dodwell admite que le gusta viajar en soledad y en silencio aunque lo haga para ir al encuentro de la gente: «Somos así. Vivimos en un mundo cada vez más lleno y ruidoso, pero a las personas les gusta estar con otros. Somos sociales y nos apagamos si nos aíslan». 

Ir a caballo también le ha abierto puertas. «La gente te cuida. Se dan cuenta de que no eres de los que buscan un hotel y comodidades. Y cuando les dices que vienes desde 1.000 kilómetros te ganas un gran respeto». Puede dar la sensación de que no quedan sitios por descubrir, pero eso cambia cuando vas a caballo, cuenta. «El mundo está lleno de sitios donde no hay carreteras, y de lugares, como en Madagascar, donde basta alejarse 500 metros del asfalto para volver a 100 años atrás y encontrarte con gente que no ha visto un extranjero en su vida», afirma. «Las carreteras son un lujo que pocos se pueden permitir, tenemos una falsa percepción» de ello. 

Dodwell llevaba 20 años recorriendo el mundo cuando llegó a Madagascar, a comienzos de los 90. Entonces su vida cambió. Desde entonces vive entre la granja de Gales que comparte con su marido -se casó a los 40 años porque no había tenido tiempo para hacerlo antes, cuenta- y Madagascar, donde ha creado la Dodwell Trust para el desarrollo local. «Decidí que tenía que empezar a aplicar en un sitio concreto las cosas que había aprendido durante todos mis viajes». 

Al salir de Madagascar hacia Europa, tiene «un choque cultural, no al revés», dice. «Me quedo sorprendida con los derechos que la gente cree tener, como el derecho a un trabajo cerca de casa o a una vivienda. Eso son necesidades, pero desde luego no son derechos en África. La vida es dura y eso se ve en Madagascar. Imagina un país donde la gente tiene 100 o 200 euros para todo el año y ahora duplica el precio de las cosas por la crisis. Eso es lo que está pasando allí». 

Dodwell se enciende al hablar de su proyecto de desarrollo en Madagascar, y entonces uno se da cuenta de que la trotamundos ha encontrado su lugar en el mundo.

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